Cursores

6 de diciembre de 2013

agridulce.

El amor duele. ¿O es la soledad, el rechazo, el perder a alguien? No es miedo a intentarlo, es miedo a fallar, a caer nuevamente en eso que tanto te costó salir, en abrir la herida que no termina de sanar. El amor es la única cosa en este mundo que no duele.

{}


29 de noviembre de 2013

no hace falta estar debajo del agua para sentir que te estas ahogando.

De pequeña solía fijarme debajo de mi cama, antes de ir a dormir, asegurándome de que no había ninguna criatura extraña, algún monstruo intruso en mi habitación que por la noche decida asustarme. Hoy en día deje de hacerlo, primero porque crecí. Segundo, porque nada ni nadie cabría en el espacio entre el suelo de madera y el somier. Aunque aún le temo a los monstruos, más que antes aún, porque verdaderamente no viven escondidos debajo de nuestras camas; sino dentro de nosotros mismos.
El miedo es un sentimiento que muchas veces es difícil de explicar, de describir, o más bien, de afrontar. Es lo que detiene a las personas, la eterna lucha por ganarte. Es ese sentimiento de asfixia que duele, duele porque no es ajeno, es el más claro y limpio espejo de vos mismo. El, el miedo te tapa la boca, los ojos, los oídos, o ¿somos nosotros mismos quienes lo hacemos?
Es mucho más fácil huir, el problema es hasta cuando el miedo te permite hacerlo. Te escondes en tu propia obscuridad tratando de engañarlo, de engañarte. Pero no dura para siempre, el miedo se aburre, se aburre de contar para atrás porque siempre demora lo mismo en encontrarnos y no demora nada en atraparnos. Es como ahogar a un pez. No podes ahogar tus demonios porque saben nadar. El miedo siempre será tan fuerte como vos, porque somos nosotros mismos, y solo nosotros mismos decidimos dejar de temernos. 


{}

20 de octubre de 2013

hay silencios que se deben romper.

- No, no digas nada.

Las palabras se tropezaban, apenas podía controlar su respiración. Ya habían dicho suficiente. Sus miradas remplazaban las más honestas disculpas, se habían lastimado tanto. Uno al otro, una y otra vez. Pero sus brazos se enroscaron como si fuera de la vida a lo que se aferraban, no necesitaban nada más. Las palabras sobraban, se habían dicho tantas cosas que cualquier sonido se sentiría mal, hueco, sordo. En medio de ese silencio entendían, ambos sabían lo que habían hecho. Respiró hondo controlando ese temblor en las manos, y el pesar inconstante de las lágrimas sobre sus mejillas. Siempre se estremecía cuando lo hacía, cuando tomaba su mano. No necesitaban palabras para entenderse, ella sabía que él no iba a ir a ningún lado, él sabía que ella siempre iba a estar para él.

- Te quiero.

{}